
Hay un lugar en las casas, tétrico, siniestro, y conectado por algún atajo del espacio-tiempo con con un mundo desconocido y lleno de misterio. Sí, ya sé lo que estás pensando, cacho marrano, pero no, no me refiero al váter. El váter está conectado con un mundo más o menos conocido, por un conducto que tiene muchas cosas desagradables, pero misterio, lo que se dice misterio, no tiene.
Yo me refiero a... (terror me da hasta decirlo)... la zona del sofá que queda bajo los cojines. Escalofríos sólo de pensarlo. ¿A que a ti te pasa lo mismo?
Da igual que aspires, da igual que cepilles, da igual que desionices, da igual que desintegres. Sin saber cómo, al rato de limpiar, te aparecen bajo los cojines del sofá, clips, capuchones de bolis, quesitos del Trivial, canicas, migas de galleta, cromos de las Bratz... En el mío aparecen hasta Choco Krispies y eso que yo soy adicto a los Smacks. Según dicen, los bazares chinos tienen una fuente inagotable de suministros en ese macabro lugar. Hasta se han dado casos de personas que han encontrado bajo el cojín del sofá a algún familiar que ya daban por perdido. Pobrecillos, salen sudados, con una cara de asfixia terrible, pero alimentados como nadie, oye. Menudos atracones de Choco Krispies que se han llegado a meter.
Yo tengo una teoría al respecto y es que los sofás tienen vida propia (o ajena, no sé), aunque la suya es muy aburrida y esclava. Al fin y al cabo, la gente sólo los usa para sentarse, para depositar en ellos la ropa que vas planchando o para dejar el abrigo de cualquier manera, el día que entras en casa, a toda pastilla, porque te estás haciendo pipí.
Digo yo que debe ser horroroso tener que aguantar el peso de un plasta todos los días y que por eso se cansan y les entra hambre, por lo que engullen cosas. La dieta no la cuidan mucho, la verdad, pues no entiendo qué gusto le encuentran a comerse monedas de veinte céntimos o carnets de videoclub, pero claro, para entenderlo hay que ser un sofá y aunque un servidor en ocasiones se mimetice a la perfección en él, todavía creo conservar algún resto de mi origen humano.
La verdad es que los sofás son unos tipos curiosos y alguien tendría que entablar una relación de amistad con ellos para llegar a entenderlos un poco mejor. Así podríamos satisfacer sus demandas y resolver los montones de preguntas que nos sugiere su triste existencia, como por ejemplo,
- ¿Por qué cuando un sofá está nuevo (e incluso es bonito) lo tapamos con una cortina vieja de la abuela?
- ¿Qué son esa especie de pelos que cuelgan de los bajos de los sofás?
- ¿Quién es el torturador que diseña los sofás de Ikea?
- ¿Qué es realmente un sofá-cama? ¿Existen camás-sofás?
- ¿Por qué los sofás de las consultas de los dentistas tienen el asiento a diez centímetros del suelo? ¿No se dan cuenta que con el acojone que lleva el personal, el tembleque de las piernas les impide levantarse?
- ¿Los cojines van a juego con el sofá o con las cortinas?
- ¿Por qué es más fácil quedarse dormido en el sofá que en la cama?
- ¿Como se sienta uno en una chaise longe? (cómodamente, quiero decir).
- ¿Por qué las zapatillas de las niñas siempre están debajo del sofá?
- ¿Por qué los sofás tienen predilección por los mandos a distancia o los teléfonos inalámbricos?
En fin, que me voy a desayunar, que luego tengo que pasar la aspiradora. A ver qué me encuentro hoy. Qué miedo tengo, oye.