
Lo que anoche se vivió en el Liceu fue algo más que un espectáculo. Fue el arte elevado a la cima máxima de la perfección. ¡Qué maravilla! ¡qué orquesta tenemos! ¡qué música!
Cierto es que el montaje de Calixto Bieito era un pelín bestia, por decirlo suavemente. Y es que no todos los días se descubre a un Don Giovanni convertido en un violador, drogadicto y borracho de suburbio, rodeado de un ambiente de violencia y suciedad. Aunque sé que hay auténticos detractores de Bieito y que la sola mención de su nombre conlleva la cancelación de muchas localidades, debo confesar que a mí me gustó bastante.
La magia, como no podía ser de otro modo cuando suena la música de Dios, nació a raíz de la interpretación. Véronique Gens (Donna Elvira) me hizo llorar dos veces, la actuación de Christoph Strehl (Don Ottavio) fue para ponerse de rodillas, el "Madaminna, el catalogo è questo" de Kyle Ketelsen (Leporello) fue perfecto y arrancó la ovación de todos, pero lo de Angeles Blancas (Donna Anna) fue sublime, mágico, conmovedor y maravilloso.
Al salir, mi Charlize me confesó que no se lo había pasado demasiado bien, que Tannhäuser le había gustado mucho más (malditas wagnerianas). No me atreví a preguntarle si Tanhäuser con una ene o con dos, por miedo a la respuesta.
Se admiten apuestas.