
Y cuando aquel estruendo roto le dijo que todo estaba por reconstruir, se agazapó entre las piedras, a escondidas de aquella lluvia que esparcía sobre la tierra palabras de sal.
Y fue tal el empeño que puso en ocultar su rostro de la oscuridad temida, que cuando al fin se encontró a sí mismo, la luz de sus ojos ya se había rendido al color ausente de aquel ficticio cenagal.
Y fue tan pequeño el mundo que había habitado, que al ponerse de nuevo en pie, sus sueños, aquellos que hablaron de gloria y libertad, se habían convertido en débiles suspiros, ahogados en un frágil recuerdo de cristal.
Imagen de Sylvaine Vaucher.