
Yo no sé por qué me quejo siempre que tengo que ir. Supongo que es bastante aburrido someterse al proceso peluqueril durante tanto rato, pero luego, cuando sales, te das cuenta que tampoco era para tanto y que bien mirado, hasta te lo has pasado bien.
Yo ahora voy a una peluquería de señoras. Son mucho más interesantes que las unisex o las de hombres. Dónde va a parar.
Recuerdo que hace años iba a un barbero de estos tradicionales, con su anuncio de Floyd en la puerta, su cilindrito de espirales rojas, blancas y azules, su Interviú de cuando Bárbara Rey era joven y su cliente calvo que fuma puros y que va a la barbería a pasar el rato. "Barbería Pere", se llamaba. Con el tiempo dejé de ir. Más que nada porque el señor que me acicalaba tenía la manía de ver el fútbol mientras trabajaba. El tío se grababa en vídeo todos los partidos del Barça y durante la semana los iba viendo. Es curioso porque digo yo que a base de verlos te los aprendes de memoria y pierden toda la emoción. Pero el tío, nada. Era tan forofo que se los tragaba todos una y otra vez. Yo creo que habré llegado a ver cuatro veces el mítico Milán 4- Barça 0 de la final de la Copa de Europa de Atenas. Y cada una de ellas con los mismos insultos y los mismos "Estos, mucho cobrar y poco jugar", o el "Pero, pásala". Vale que Kluivert era malo, el único jugador capaz de marcar un gol y luego fallarlo en la repetición, pero es que aburría.
Ni que decir tiene que tuve que abandonarlo. Yo es soy de los que cree que hay que estar por lo que hay que estar y día sí, día también, salía con una patilla más corta que la otra. A lo mejor por eso no ligaba.
Con el tiempo me volví un pijo y probé suerte en una de esas peluquerías de diseño. Sí, ya sabes, una de esas en las que antes de entrar te pìden el borrador de la última declaración de la renta para ver si eres solvente y que en lugar de una sábana de color rosa, te encasquetan un albornoz de papel Albal, que más que protegerte contra los pelillos que van cayendo sobre ti, parece que te protejan de algún tipo de contaminación radiactiva. A lo mejor es que los clientes que van allí hace mucho que no se lavan el pelo y vete a saber lo que tienen ahí metido. Ecs, qué asco.
Me hizo gracia porque tras tomar asiento, me pusieron en las manos una copa de Lambrusco y un tomo muy grueso que hacía las veces de catálogo. Páginas y páginas llenas de modelos atletas con sus músculos, sus sonrisas y sus, me temo, cerebros vacíos. Ahora, eso sí, qué cabelleras tan pintorescas. A lo mejor es que uno es un clasicón, pero si el Lunes aparezco en mi trabajo, con una cresta color pistacho y luciendo una bonita trenza de dorado maravedí, lo menos que me dicen es bonito, que en el lugar donde curro, hay mucho que va de listillo y de tener mucho mundo, pero más de uno, el día uno de Julio se planta las bermudas musleras con sandalias y calcetines de rombos (unos horteras, vamos). Tampoco es cuestión de darles motivos para que te tiren piedras. El caso es que no me gustó demasiado. Eso de decirme que el corte que había elegido no le iba nada bien a mi logrado perfil griego, la verdad es que me ofendió un poquitín. ¿Acaso me acusaban de tener mal gusto?
Total, que estoy encantado con arreglarme el pelo en una peluquería de mujeres. Qué maravilla. Esos tintes con olor a amoníaco, que flipan hasta hacerte volar. Esos muestrarios con mechones de pelo de colores, tan ordenaditos y tan bien puestos. Y qué me dices de esas señoras con sus cabezas llenas de papel de aluminio o esos secadores de pelo, que más que secadores parecen cascos de astronauta de la Estación Espacial Internacional. Un día tengo que probar uno de ellos, oye. A lo mejor por eso te drogan con el amoníaco. Como que vuelas, lo mejor es que lo hagas seguro y que lleves el casco puesto, no sea que te multen, que están los de Tráfico de un borde.
Pues eso, que a pesar de todo, no me desagrada esta nueva pelu. Lo considero una experiencia antropológica muy interesante. Ese entrar. Ese sentirse observado por la señora mayor que espera antes que tú y que con la mirada te dice "ni se te ocurra colarte, que yo estaba antes". Ese lavado de pelo, en una pila modelo tortura para altos. Esa pregunta "¿está bien el agua?". Aquí conviene contestar rápido. Si tardas más de cinco segundos, el tiritar de tus dientes delata que mientes como un bellaco cuando dices, con esa sonrisa falsa, "Estupendamente". Hay que reconocer que cuando te acostumbras a los cero grados centígrados del agua, el masaje capilar que te hace la peluquera es fantástico. Si hasta te entra sueño de lo a gustito que se está, que estoy por llevarme un día un osito de peluche y unas pantuflas para echarme allí la siestecita.
Como que ya hace tiempo que voy, ya me conocen y me comentan cosas. Siempre tópicos. Que si empieza a hacer calor, que cuándo estaré de vacaciones (yo siempre estoy de vacaciones), etc. Cuando se agotan los temas clásicos me empiezan a decir cosas sobre mi look, aunque siempre las mismas. Estoy harto del "Cuánto pelo tienes, ¿eh?... ¡aunque cada vez más canas!, jijiji". Qué graciosa la joía. También tiene ella más culo y no le digo nada.
Ahora, que lo que más me gusta de todo, es lo que comentan las señoras. Me gusta, sobre todo, el desparpajo de las mayores. Esas que sin ningún tipo de recato confiesan que sólo se lavan la cabeza cuando van a la peluquería, cosa que hacen cada dos semanas (a saber a qué olerá ese pelo). Qué guapas están con sus rulos, su sábana rosa y el "Hola" en las manos. Y luego, eso sí, el cotilleo. Es fantástico. Cada clienta que sale de la pelu es motivo del despiece atroz por el resto de la concurrencia. Que si el marido ronca, que si le huelen los pies, que si mucho decir que trabaja en Barcelona hasta tarde pero se le ha visto en compañía de la frutera de la calle de al lado. Es impresionante. Tienen un centro de suministro de datos más eficaz que el Mosad y la CIA juntos. Estas, a la que se lo propongan, te encuentran a Bin Laden y lo dejan de vuelta y media por lo hortera de la barba que me gasta el pájaro. Yo estoy por dejar un día una grabadora para ver lo que dicen de mí. Lo mismo hay cosas que me pasan y de las que no me he dado cuenta. Quién sabe.
Total, que estoy deseando volver y lo mismo me lío la manta a la cabeza, le hago caso a mi hija y me atrevo con unas mechas bien agresivas color fucsia. Ya verás cuando me vea mi madre, qué contenta se va a poner.