
Necesito que tus palabras sepulten mi sed de silencio, que un diluvio de notas inunde mi vacío yermo. Destiérrame por un instante del mundo de los necios y abandérame con el negro estandarte de los sonidos eternos.
Quiero de esa agua infinita que mana de tu talento, quiero que transportes mi alma al lugar donde yace, para siempre, la mente de los genios. Quiero que, de rodillas, ante ellos, mi mediocridad llore por cuanto ellos fueron.
Toca para mí, bella mía, para que al final, entre arpegios y silencios, entre brumas y lamentos, tu estampa altiva, luminosa y distante contemple orgullosa su victoria sobre la tiranía del tiempo.
Suena para mí, diosa mía. Suena para que al final, entre compases y verbos, entre bravos y tequieros, tu estampa gloriosa y tus mágicas manos se deleiten elevando mi ser al paraíso de los ciegos.