Hoy mis hijas han vuelto a discutir. El motivo del conflicto doméstico ha sido cuál de las dos se ha lavado mejor los dientes. Ya se sabe, la blancura de los dientes y el escaqueo a la hora de poner la mesa son dos de los mayores problemas a los que se debe enfrentar la Humanidad y han sido la causa de la mayoría de las rupturas familiares.
El caso es que pensando, pensando, me he dicho a mí mismo (yo es que me escucho mucho), mis hijas, al fin y al cabo son niñas, a mi entender buenas personas, con buen corazón y demás virtudes que no digo porque llenaré el teclado de babillas. Si ellas casi llegan a las manos por una "ofensa" "tan grave", qué no harán los terroristas, los presidentes republicanos de los USA cuyo apellido empiece por B y acabe en H, los dictadores fascistas o los dirigentes ultraislamistas. Yo, no es por malmeter ni desmoralizar, pero opino que se mire como se mire, lo de la paz mundial es un problema al que le faltan por resolver algunos flecos.
Aunque se me tache de inmodesto, debo confesar que tengo una teoría al respecto. No tiene nada que ver con las falsas especulaciones acerca de que el problema radica en problemas socioeconómicos, luchas por el control de la energía y el agua o diferencias religiosas o culturales. En mi opinión los intentos para obtener de una vez por todas la paz en el mundo no están mal, la ONU, las Olimpiadas, el Festival de Eurovisión y esas cosas, pero falla lo más importante: el patrocinador. ¿A quién se le ocurrió escoger a una paloma? ¿En qué estaban pensando? ¿Es que no había más bichos? Porque no nos engañemos y que nadie se me enfade, pero las palomas son un coñazo. No saben cantar y no porque sean mudas (ojalá) sino porque emiten un continuo sonido, similar a un eructo húmedo, que es un asco. No son ni entrañablemente pequeñas ni sorprendentemente grandes sino que tienen el tamaño de una paloma, o sea, vulgarcito. Son unas plastas de narices porque vamos a ver, tú te estás tomando tu cañita con tus aceitunas en la terraza de un bar una bucólica mañana soleada y ya las tienes ahí, a tu alrededor, venga a pedir, que encima se te suben a la mesa y te dejan la cerveza perdida de plumas. Y por no hablar de sus heces, las cuales, es bien sabido que tienen especial predilección por los abrigos recién estrenados.
Y bueno, siendo condescendientes, pase lo de la paloma, pero lo que ya no se aguanta por ningún lado es lo de la ramita de olivo en la boca. Al indocumentado ese que le dio por escoger tan singular pájaro para llevarnos a todos al Holocausto mundial, alguien le tenía que haber dicho que las palomas comen de todo, pero olivos no. Al menos, las de Barcelona. Las nuestras comen hasta tuercas e incluso yo he visto algunas picoteando las suculentas zonas interdigitales de los chancleteados pies de algunos turistas ingleses. No dudo que en este último caso, se puedan obtener abundantes raciones de proteínas y minerales, pero por más que me he fijado, entre las numerosas plantas que he visto allí, nunca he advertido que nazcan olivos (creo que se mueren antes de nacer). También es cierto que las palomas barcelonesas son especialmente voraces. De hecho hay una leyenda en la ciudad según la cual, estos simpáticos animalitos se comen de noche lo que se ha construído de día en la Sagrada Familia y que por eso tenemos nuestro flamante Templo Expiatorio a medio hacer.
Así pues considero prioritario cambiar de patrocinador. Supongo que el cocodrilo no estaría mal pues con sus lagrimitas, su sonrisita y eso, despierta cierta ternura y además no tiene ninguno de los inconvenientes de las palomas, pero tenemos el problema que, en un alarde de visión comercial, se nos ha adelantado la Lacoste. Ante eso yo propongo al langostino. Mucho mejor que la paloma, dónde va a parar. Supón que al innombrable B..H le da por invadir un país saltándose a la torera los mandatos de la ONU y que encima una paloma le caga el traje. No uno, es que te invade cuatro. Pero ahora imagínate que negociamos con un plato de langostinos delante. ¿Ves? la cosa cambia. No sólo no lo invade sino que lo mismo hasta le devuelve Iraq a los iraquíes.
Si es que pensar que una paloma puede simbolizar a la paz es casi tan grave como creer que Luis Aragonés es el entrenador que necesita la selección española de fútbol.
¡Ah! y que no se me olvide. De ramitas de olivo, nada de nada. Para los langostinos, una rodajita de limón.
El caso es que pensando, pensando, me he dicho a mí mismo (yo es que me escucho mucho), mis hijas, al fin y al cabo son niñas, a mi entender buenas personas, con buen corazón y demás virtudes que no digo porque llenaré el teclado de babillas. Si ellas casi llegan a las manos por una "ofensa" "tan grave", qué no harán los terroristas, los presidentes republicanos de los USA cuyo apellido empiece por B y acabe en H, los dictadores fascistas o los dirigentes ultraislamistas. Yo, no es por malmeter ni desmoralizar, pero opino que se mire como se mire, lo de la paz mundial es un problema al que le faltan por resolver algunos flecos.
Aunque se me tache de inmodesto, debo confesar que tengo una teoría al respecto. No tiene nada que ver con las falsas especulaciones acerca de que el problema radica en problemas socioeconómicos, luchas por el control de la energía y el agua o diferencias religiosas o culturales. En mi opinión los intentos para obtener de una vez por todas la paz en el mundo no están mal, la ONU, las Olimpiadas, el Festival de Eurovisión y esas cosas, pero falla lo más importante: el patrocinador. ¿A quién se le ocurrió escoger a una paloma? ¿En qué estaban pensando? ¿Es que no había más bichos? Porque no nos engañemos y que nadie se me enfade, pero las palomas son un coñazo. No saben cantar y no porque sean mudas (ojalá) sino porque emiten un continuo sonido, similar a un eructo húmedo, que es un asco. No son ni entrañablemente pequeñas ni sorprendentemente grandes sino que tienen el tamaño de una paloma, o sea, vulgarcito. Son unas plastas de narices porque vamos a ver, tú te estás tomando tu cañita con tus aceitunas en la terraza de un bar una bucólica mañana soleada y ya las tienes ahí, a tu alrededor, venga a pedir, que encima se te suben a la mesa y te dejan la cerveza perdida de plumas. Y por no hablar de sus heces, las cuales, es bien sabido que tienen especial predilección por los abrigos recién estrenados.
Y bueno, siendo condescendientes, pase lo de la paloma, pero lo que ya no se aguanta por ningún lado es lo de la ramita de olivo en la boca. Al indocumentado ese que le dio por escoger tan singular pájaro para llevarnos a todos al Holocausto mundial, alguien le tenía que haber dicho que las palomas comen de todo, pero olivos no. Al menos, las de Barcelona. Las nuestras comen hasta tuercas e incluso yo he visto algunas picoteando las suculentas zonas interdigitales de los chancleteados pies de algunos turistas ingleses. No dudo que en este último caso, se puedan obtener abundantes raciones de proteínas y minerales, pero por más que me he fijado, entre las numerosas plantas que he visto allí, nunca he advertido que nazcan olivos (creo que se mueren antes de nacer). También es cierto que las palomas barcelonesas son especialmente voraces. De hecho hay una leyenda en la ciudad según la cual, estos simpáticos animalitos se comen de noche lo que se ha construído de día en la Sagrada Familia y que por eso tenemos nuestro flamante Templo Expiatorio a medio hacer.
Así pues considero prioritario cambiar de patrocinador. Supongo que el cocodrilo no estaría mal pues con sus lagrimitas, su sonrisita y eso, despierta cierta ternura y además no tiene ninguno de los inconvenientes de las palomas, pero tenemos el problema que, en un alarde de visión comercial, se nos ha adelantado la Lacoste. Ante eso yo propongo al langostino. Mucho mejor que la paloma, dónde va a parar. Supón que al innombrable B..H le da por invadir un país saltándose a la torera los mandatos de la ONU y que encima una paloma le caga el traje. No uno, es que te invade cuatro. Pero ahora imagínate que negociamos con un plato de langostinos delante. ¿Ves? la cosa cambia. No sólo no lo invade sino que lo mismo hasta le devuelve Iraq a los iraquíes.
Si es que pensar que una paloma puede simbolizar a la paz es casi tan grave como creer que Luis Aragonés es el entrenador que necesita la selección española de fútbol.
¡Ah! y que no se me olvide. De ramitas de olivo, nada de nada. Para los langostinos, una rodajita de limón.